jueves, 27 de febrero de 2014

ELLA SOÑABA CON EL MAR. Abraham Prudencio. Ediciones Altazor



Ella soñaba con el mar:dobles rostros del destierro
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Ella soñaba con el mar se construye en la encrucijada entre dos líneas centrales de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Por un lado, la presencia del motivo del doble inscribe el texto dentro del género fantástico; por el otro, el tema del destierro vincula la nouvelle a la llamada “literatura del exilio”.
El protagonista, Abraham Prudencio, es un joven escritor peruano que, como el Abraham Prudencio de la vida real, vive en París. La nouvelle se abre con un diálogo entre él y su novia, una chica francesa que se hace llamar Léonor o Delphine. La discusión se sitúa en un momento delicado para la pareja, ya que Delphine, amante de los encuentros casuales (¿una Maga del siglo XXI?), ha decidido alejarse de Abraham durante un tiempo con el propósito de retomar la relación más tarde. Tras el abandono de Delphine, Abraham alterna estados de ánimo contradictorios hasta que una noche, siete meses después, recibe una llamada que cambia irreversiblemente el rumbo de su vida. La persona del otro lado del teléfono, quien dice llamarse Abraham Prudencio, le comunica que está enamorado de Delphine y le manifiesta su propósito de casarse con ella. Confundido, Abraham busca su propio nombre en Internet y descubre que en Praga existe alguien que se hace llamar como él y que publica sus mismos libros (para simplificar de ahora en adelante me referiré a estos dos personajes como a Abraham I y a Abraham II). Continuando la lectura nos enteramos de que Delphine, tras la separación, se había arrepentido de su decisión y había empezado a buscar a Abraham I por todas partes hasta que un día, desesperada, tecleó su nombre en el computador y descubrió que existía un tal Abraham Prudencio que vivía en Praga. Pensando que se trataba de su novio, emprendió un viaje a la capital checa para declararle su amor. Ahí, tras un mes de búsquedas, encontró a su doble, Abraham II, y segura de tener en frente al mismo hombre que había dejado en París unos meses atrás, aceptó casarse con él. El cambio de persona había sido facilitado por el hecho de que Abraham II, además de tener la misma apariencia física de Abraham I, compartía con él un pasado sentimental parecido: éste, como su doble parisino, había sido abandonado por una mujer, Beatriz, quien lo había dejado por las mismas razones por las que Delphine había dejado a Abraham I. La nouvelle concluye cuando Beatriz, tras viajar a París en búsqueda de su novio, encuentra a Abraham I y los dos empiezan una relación.
La presencia del tema del doble conecta la nouvelle de Abraham Prudencio con la mejor tradición del relato fantástico del siglo XX y pienso tanto en textos clásicos del género como La invención de Morel,“En memoria de Paulina”, de Bioy Casares, o “Lejana”, de Cortázar, como en novelas más contemporáneas como En la zona prohibida, de Ramos-Izquierdo. Lo que destaca en el texto de Abraham Prudencio es que los dobles, aparte de tener características físicas iguales, tienen un pasado parecido y un futuro totalmente intercambiable. Mientras Delphine piensa que está hablando con el novio que ha dejado en París, Abraham II es perfectamente consciente de que la mujer se está equivocando de persona; sin embargo, acepta el futuro que ella le propone: “Sería la persona que ella quisiera con tal de que (ella) lo quisiera y cuidara” (40). Algo parecido acontece cuando Beatriz (la novia de Abraham II) se acerca a Abraham I después de la presentación de su libro en París y éste nos cuenta: “Decía cosas que jamás había vivido, se sintió reducido y por un instante deseó ser el otro, sin más opción trata de seguirle la corriente, se puso en el pellejo del desconocido, tal como habían hecho con él para quitarle a Delphine, a quien tanto había amado como el mar y las estrellas” (75). Como afirma el sabio Belleville dirigiéndose a Abraham I: “Lo que tú necesitabas era que alguien se enamorase de ti; sólo eso, y te dejarías llevar, porque en el fondo tú sólo amabas a quien te amaba” (69). Tanto Abraham I como Abraham II aman a quien los ama, están tan necesitados de cariño que aceptan un destino que no les pertenece con tal de no quedarse solos. Su soledad es el resultado del exilio voluntario al que se someten, una condición existencial causada por la lejanía del suelo natal. Esta condición, aunque de manera distinta, es compartida por todos los personajes de la nouvelle, que añoran constantemente el lugar de origen. La nostalgia aparece claramente en las palabras con que Beatriz habla del mar peruano: “El mar del Perú es mi favorito y para mí el único que me entiende. Tiene vida, personalidad y respira por sí mismo. No ha sido domado ni conquistado. Su brisa es especial, se hace respetar con sus olas y es libre” (32). Esta misma nostalgia es la causa real de la pena de Abraham I, quien sufre más por el destierro que por la separación de la amada. En un momento de desesperación afirma: “En este lejano país sólo me queda la soledad” (53), y, un poco más adelante: “Mierdaaaaaaa! ¡Qué triste es estar lejos de la patria!” (54). ¿Cuál es esta patria? En el caso de Abraham I, como en el de Beatriz, queda claro que el país añorado es el Perú; sin embargo, la manera en la que éste es retratado en el texto merece una reflexión. Si analizamos las referencias al Perú presentes en la nouvelle nos damos cuenta de que el único retrato de este país presente en el texto se halla en el primer capítulo, cuando Delphine habla de lo que le gustaría conocer cuando viaje ahí: “Me muero por sentir las alturas de Machu Picchu, no sabes cómo me atraen esos animales que andan sueltos por las alturas... No me digas, Pancho, lo tengo en la punta de la lengua, ya está, alpacas, guanacos, llamas...” (17). Las de Delphine son las palabras de una extranjera que conoce Perú a través de los folletos turísticos y que está fascinada por su lado “exótico”. La estereotipia de esta descripción desencadena una serie de preguntas en torno a las modalidades con las que los personajes viven su condición de desterrados: ¿por qué dejar que el único retrato del país añorado presente en el texto esté hecho por alguien que nunca ha estado ahí, es decir por la única persona que materialmente no puede añorarlo ya que todavía no lo conoce? ¿Por qué los dos personajes peruanos a pesar de reclamar a cada rato su condición de desterrados están incapacitados para hablar de su país? Mi lectura es que esta ausencia es programática, ya que lo que se quiere representar en la nouvelle no es tanto la nostalgia de un país específico sino un sentimiento de destierro universal. El país añorado por los personajes es Perú, pero en el fondo podría ser cualquier otro. Abraham I y Beatriz extrañan Perú exactamente como Delphine extraña el mar de Normandía: lo que determina el sufrimiento es ante todo la lejanía del suelo natal. Esta hipótesis sería confirmada por el aura de indeterminación que rodea al personaje de Abraham II. De él sabemos que vive en Praga y que publica libros en español. El hecho de que Delphine lo confunda con su novio nos llevaría a pensar que se trata de otro peruano, sin embargo en ningún punto del texto se explicita su nacionalidad. ¿A qué se debe esta falta de informaciones? ¿No se tratará una vez más de una elección consciente del autor? Abraham II es y al mismo tiempo no es Abraham I, podría ser peruano pero el texto prefiere callarlo porque en el fondo no importa de dónde sea, lo que cuenta es que sea un escritor que sufre por estar lejos de su tierra. Abraham II es el otro y el mismo, es el símbolo de una condición existencial compartida por todos los personajes de la nouvelle y por el mismo Abraham Prudencio (autor) que se inscribe así dentro de una larga tradición de escritores latinoamericanos que han hecho del destierro una posibilidad de la escritura.

Tomado de: http://www.letralia.com/288/articulo12.htm

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