lunes, 14 de octubre de 2013

LA FILOSOFIA, cómo repensar y replantear la tradición. David Sobrevilla. Fondo Editorial Universidad Ricardo Palma




Homenaje a David Sobrevilla


Introducción

No deja de ser significativo que un libro de homenaje a un filósofo se abra con poesías. En el breve poema “Synopsis” -un título que remite a una disposición tal de elementos diversos que al mirarlos se puedan descubrir sus relaciones mutuas-, Javier Sologuren, probablemente sin pretenderlo conscientemente, nos pone ante los ojos las tres maneras de darse del ser, lo sagrado, lo natural y lo humano, es decir el tema por excelencia de la filosofía. El poeta se atreve incluso a mostrar los signos de lo sagrado (el cielo y los dioses) y de lo natural (la tierra y sus productos), pero para lo humano no tiene sino la pregunta: “dónde / dónde / los hombres”. El hombre habita junto a esos signos, pero él mismo no es signo sino pregunta, lugar de iluminación de sí mismo, de lo natural y de lo sagrado.

Por su parte,  Carlos Germán Belli, en “La edad gastada”, poema igualmente incluido en este homenaje, se ocupa de recordarnos  que ese ser, que es pregunta e iluminación, sabe que tiene historia; se lo dicen sus arrugas y sus canas  “al mirarse él en el fiel espejo”. Pero “…el mundo tiene la fortuna / de nunca poder ver / en el espejear de los quietos lagos/ cada mañana al empezar el día / ni un signo de su edad inescrutable.”/. Como lo sagrado, lo mundano es ciego para sí mismo. Tiene historia como suceder, dado que cada mañana empieza el día, pero no lo sabe. Solo la mirada del hombre puede convertir ese suceder en historicidad.

En apenas unas líneas, la poesía ha conseguido llevarnos al centro mismo del filosofar, convocándonos a pensar lo que más merece que pensemos, que somos iluminación e historia. Considero un acierto haber comenzado esta serie de textos en homenaje a David Sobrevilla con poemas –dedicados a él y China- que recuerdan la relación que hay entre creación artística, especialmente poesía,  y filosofía, una relación que David ha trabajado con especial esmero. Hasta me atrevería a decir que el encuentro fecundo de eso que apunta en los poemas mencionados, historicidad e iluminación, constituye el vector principal del trabajo filosófico de Sobrevilla.

Descripción del libro

Después de los poemas mencionados, los editores –el peruano Miguel Ángel Rodríguez Rea y el chileno Nelson Osorio, cuya labor es preciso resaltar- agrupan las contribuciones por temas genéricos: 13 artículos de filosofía, ética, y estética, crítica cultural y crítica de arte, en primer lugar; vienen después 4 trabajos de derecho, filosofía del derecho y política; siguen luego 5 textos de historia e historia de las ideas en América Latina; para terminar con 3 estudios sobre la obra de David Sobrevilla, una exhaustiva reseña bibliográfica de la producción de nuestro autor y dos presentaciones en homenajes anteriores de estudiantes de filosofía y de la Escuela de Filosofía de San Marcos.

Ya la participación de un total de 29 autores  habla por sí misma tanto de la amplitud de las relaciones profesionales y amicales de David Sobrevilla cuanto del reconocimiento y el afecto de quienes tenemos la suerte de tenerle como colega y amigo. Hay que ponderar, además, que entre los participantes en este homenaje hay, por cierto, peruanos, pero abundan también los extranjeros, procedentes de países como Argentina, Colombia, Chile, México, Venezuela, Canadá, Alemania, España, Inglaterra e Italia. El grueso de los colaboradores está compuesto por filósofos, pero no faltan historiadores, juristas, lingüistas y críticos de literatura.

De entre los establecimientos académicos que participan en este reconocimiento a Sobrevilla destaca, en primer lugar, la Universidad Ricardo Palma, institución que Iván Rodríguez Chávez y el equipo que la conduce han conseguido posicionar protagónicamente en el quehacer intelectual peruano al acoger a eminentes intelectuales como Francisco Miró-Quesada, Estuardo Núñez, José Matos Mar, Aníbal Quijano y el propio Sobrevilla, y al dar a luz textos como el que hoy presentamos, sin olvidar, por cierto, la reciente publicación de Perú: Estado desbordado y sociedad nacional emergente de Matos y la colección en 10 volúmenes de escritos de Francisco Miró-Quesada Cantuarias. Los colaboradores en el homenaje proceden, en primer lugar de la Universidad de San Marcos, como no podía ser de otra manera, pero proceden también de otras universidades peruanas, como la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad de San Agustín de Arequipa, la Universidad San Antonio Abad del Cusco, la Universidad Nacional de Ingeniería, la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Universidad Científica del Sur, y de universidades extranjeras emplazadas en Montreal, Barcelona, Berlín, Liverpool, Siena, Carabobo, Bogotá, México, Buenos Aires y Santiago de Chile, y de otras instituciones académicas como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y del Instituto de Estudios Budistas de Buenos Aires.  

De los asuntos tratados en el libro no es posible ocuparse, por su gran variedad. Baste decir que algunos colaboradores se comentan a autores como Mill, Wittgenstein, Gadamer, Kant, Bergman, Tomás de San Martín, Jorge Millas, Mariátegui, Giuseppe Rensi y el propio Sobrevilla, mientras que otros abordan más bien temas o aspectos de de temas históricos, filosóficos,  jurídicos, literarios, etc. como –y doy solo ejemplos-  empirismo, existencialismo, budismo, interculturalidad, contractualismo, dignidad humana, identidad, arte pictórico, presidencialismo, democracia, insurrecciones indígenas del XVIII, etc.


Algunos comentarios

Mi primer comentario es sobre el título del libro, “La filosofía como repensar y replantear la tradición”. Este título sugiere que el pensar y replantar la tradición filosófica es una manera de hacer filosofía, que se distingue, por cierto, de la mera “historia de la filosofía” o reconstrucción de lo que otros pensaron, actividad esta última necesaria y hasta imprescindible, pero que es más historiográfica que filosófica porque se limita, cuando es solo crónica, a registrar ordenadamente lo pensado dejándolo en la definitividad de su haber sido.  Sin embargo, el repensar y replantear lo ya pensado nos sitúa en el ámbito del diálogo que el quehacer filosófico establece con el pasado de nuestro propio presente, trayendo ese pasado a la presencia, con lo cual, en primero lugar, se provee de dignidad a nuestros antepasados al considerarlos portadores de mensajes que nos convocan aún al pensamiento y, en segundo lugar, se da densidad histórica a nuestro pensar el presente. Y, así, esta manera de hacer filosofía nos lleva a asumirnos como miembros de una determinada comunidad de pensamiento que se nutre  de su propia experiencia histórica y, concretamente, del modo como ha procesado filosóficamente esa experiencia. Importante a este respecto es que ese repensar lo ya pensado, por un lado, acierte a dar con las preguntas de las que lo ya pensado es la respuesta y, por otro, explore los ámbitos de lo todavía no pensado. Hasta me atrevería a decir, al hilo de las reflexiones del propio Sobrevilla, que la filosofía “anatópica” es, en el fondo,  respuesta sin pregunta propia, mientras que la filosofía “situada”, la que Sobrevilla practica, es la búsqueda afanosa de respuestas a preguntas que nos vienen del horizonte que nos provee de sentido.  

Curiosamente, y es mi segundo comentario, quienes se ocupan directamente de la obra de David Sobrevilla, los últimos seis textos del libro, subrayan que lo más relevante del trabajo intelectual de David es precisamente haber contribuido como pocos a repensar y replantear nuestra tradición filosófica.

Horacio Cerutti Guldberg, recogiendo afirmaciones anteriores de María Luisa Rivara de Tuesta y ateniéndose a los escritos del propio Sobrevilla, dice de este que “ha mantenido su esfuerzo incansable hacia la consolidación de un filosofar peruano profesional, disciplinado, pertinente, académico, bien fundado, responsable.” (p. 408). Con estas valoraciones sobre el trabajo de Sobrevilla, Cerutti está sugiriendo que la actividad estrictamente académica del maestro sanmarquino se da en coherencia con un compromiso moral que tiene que ver, primero y principalmente, con la devoción por la verdad y la búsqueda de ella procesando teóricamente, con rigurosidad metódica y en perspectiva universalizable, nuestras propias condiciones de existencia y nuestra experiencia histórica.

Octavio Obando, por su parte, considera que la tarea que Sobrevilla se propuso, siguiendo la impronta de Augusto Salazar Bondy pero reformulándola, consistió en apropiarse del pensamiento filosófico occidental, someterlo a crítico y reconstruir y replantear los problemas filosóficos “considerando los más altos estándares del saber y, al mismo tiempo, la peculiaridad de la realidad peruana y latinoamericana y a partir de sus necesidades concretas.” (p. 423)

Rubén Quiroz –quien, en algún aspecto, el de promotor incansable de actividades filosóficas, me hace recordar al Sobrevilla de los años mozos- confiesa que aprendió de su profesor el cultivo de “la virtud de la reflexión” (p. 437) y pondera su coraje civil y su compromiso con la verdad y la ética, manifiestos en la renuncia a la docencia en San Marcos con motivo de la intervención de la universidad por “la nefasta dictadura de Alberto Fujimori.” (p. 437). Quiroz señala, además, como aporte fundamental de Sobrevilla el haber contribuido, con sus trabajos sobre la historia de la filosofía en el Perú, a reposicionar la filosofía peruana en el circuito académico latinoamericano, fortaleciendo una tradición que Francisco Miró-Quesada, Augusto Salazar Bondy y María Rivara de Tuesta habían también cultivado con esmero.

Finalmente, Zenón Depaz subraya del trabajo de David Sobrevilla el énfasis puesto “en el valor de la tradición como constituyente decisivo de las comunidades de vida, de sus posibilidades de renovación y su continuidad histórica.” (p. 469). Se trata, por cierto, de una tradición viviente, cultural e intelectualmente múltiple, que Sobrevilla se encarga de “repensar” en varias de sus dimensiones: filosófica, en primer lugar, pero también estética, artística, literaria y jurídica. Como los anteriores comentaristas sanmarquinos, Depaz pone de relieve la condición de maestro de Sobrevilla, dando cuenta de su trabajo de acompañamiento y guía a los alumnos, y añade su apertura a la interculturalidad y a la heterogeneidad.  Y, coincidiendo con Cerutti y con todos los que conocemos la obra de David, Zenón Depaz reafirma el carácter rigurosamente académico del trabajo de Sobrevilla.

Amigo David, como puedes ver, el libro que hoy presentamos es un testimonio claro de que tus alumnos te siguen, te estiman, te quieren, y de que tus colegas gozamos de tu amistad y nos enriquecemos con tu sabiduría.   

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