miércoles, 9 de octubre de 2013

JUEGOS SECRETOS, Jorge Valenzuela. Escombros Casa Editora



Hildebrando Pérez Grande
Si alguien a la fecha abriga ciertas dudas sobre las habilidades narrativas de Jorge Valenzuela (Lima, 1962), pues que empiece a desecharlas ya que el libro que acaba de publicar, Juegos secretos (Editorial Escombros), es una prueba irrefutable no solo de sus bondades narrativas sino también de sus sabios manejos para encandilar a los lectores con sus historias.
El libro consta de seis cuentos, seis historias fascinantes que tienen como protagonistas a quienes de inmediato es posible reconocer como parientes cercanos o, en más de un relato, en el pálido espejo de uno mismo, por qué no. Historias en las que los protagonistas personifican, sin piedad alguna, la desolación más honda y la tristeza, quién sabe si a pesar suyo, como también historias que muestran, con cierto inocultable cinismo, el rostro de la derrota, la humillación, el abandono, la orfandad, el desencanto y la desesperanza de vidas oscuras, de pequeñas aventuras humanas mediocres y mezquinas, es decir, el retrato implacable de los perdedores de siempre.
En principio, parecieran no ser historias edificantes las que narra Valenzuela,experiencias humanas nada gratificantes, pues hay muertos insepultos, heridos que no pueden restañar sus heridas, traiciones, malpagos, envidias y vanidades que producen vergüenza ajena (esos son, en verdad, los personajes que pueblan sus páginas, que discurren con un realismo impecable). Sin embargo, los lectores rápidamente se enganchan con sus infortunios y adversidades, con sus extraviadas conductas sociales, y comparten sus desencantos y desamores por nuestra ciudad y nuestros ritos sociales quizá porque, como lectores, reconocemos que la infelicidad no tiene fronteras y nos puede tocar a todos.  La escenografía cambia, pero la desgracia no, para decirlo como Juan Carlos Onetti, cuya sombra benefactora adivinamos en las páginas del libro.
Sus protagonistas, pues, se debaten en un aquí y ahora sin horizontes abiertos. Lo que tienen al frente, más bien, son panoramas asfixiantes, tensos, agobiantes, oscuros. Ellos y ellas así lo padecen en Lima, en Madrid, en Los Ángeles, en Tokio, ciudades que sirven de escenario para sus historias. Pareciera decirnos el narrador que aun cuando emigremos hacia otras realidades no dejaremos nunca de portar nuestro sello de agua, nuestro estigma, que, por ejemplo, evidencian patéticamente Sakai (uno de los personajes mejor construidos del libro) o Tomás Suki, peruanos japoneses que intentan, de alguna forma, liberarse de su peruanidad.

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